Lo que escribía el Papa a los Seminaristas
El día de san Lucas – médico y Evangelista – el Papa escribía una carta a los seminaristas, muy sencilla y cordial, de corazón a corazón. Esta carta tiene siete puntos. El quinto trata sobre el estudio, y dentro del estudio les hablaba en particular sobre la Sagrada Escritura, y les decía: “Es importante conocer a fondo la Sagrada Escritura en su totalidad, en su unidad entre Antiguo y Nuevo Testamento: la formación de los textos, su peculiaridad literaria, la composición gradual de los mismos hasta formar el canon de los libros sagrados, la unidad de su dinámica interna que no se aprecia a primera vista, pero que es la única que da sentido pleno a cada uno de los textos”.
Como profesor de la Biblia a la que me dedico, les he invitado a los seminaristas a analizar línea a línea cada una de las estas expresiones, que están llenas de enjundia y que marcan un camino científico. Pero observe el lector la última consideración que presenta el Papa. Destaquémosla: la unidad de su dinámica interna que no se aprecia a primera vista, pero que es la única que da sentido pleno a cada uno de los textos.
De ninguna manera podemos leer la Escritura picando un trocito aquí y una frasecita allá. La Escritura nos descubre un plan de Dios, y este entramado y tejido delicadísimo “no se aprecia a primera visita”.
¿Qué es pues, la Sagrada Escritura?
La revelación del amor de Dios, verificada poco a poco como una historia, y escrita como un libro de fe, un libro repartido en 73 “libritos” (“biblia” quiere decir “librito”, pequeño libro, y es el plural de “biblion”, que significa “libro”. 46 libritos tiene el Antiguo Testamento, y 27 el Nuevo Testamento).
Una vez que uno ha hecho la unidad de la Biblia en su corazón, yo tomo una página del Antiguo o del Nuevo Testamento, y percibo que el sonido de fondo es el mismo: Dios que me está manifestando su amor…, a veces con reprensiones, pero, en todo caso, es su amor el que me habla.
Los pres puntales
Y decimos los tres puntales. Estos tres puntales los hemos mencionado ya en el título: Dios Creador, Dios encarnado-muerto-resucitado, Dios que me espera en el abrazo final, lo que llamamos con una palabra griega que se utiliza en el Nuevo Testamento “la Parusía”. Justamente el Adviento – todos el mes de diciembre antes de Navidad – nos evoca de continuo no solo la primera venida del Señor, sino la definitiva. “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ¡Ven, Señor Jesús!”, decimos después de la consagración.
El primer puntal es la creación.
La primera página es grandiosa. Dios crea el mundo y todo lo que va saliendo de sus manos era “bueno”, era hermoso. Al final Dios crea al hombre, la corona de la creación. “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Génesis 1,31). Todo era muy bueno, muy hrmoso.
Pero ahí no está dicho todo. Viene san Pablo y dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado” (Efesios 1,3-6).
San Pablo, en la unidad de la Escritura, ha juntado Creación y Encarnación. Era el único proyecto de Dios… Y si seguimos leyendo con sabiduría veremos que también allí está nuestra esperanza: el retorno del Señor.
Al final Dios será “todo en todos”.
En suma, un Autor, un destinatario, un plan
Para leer, pues, la Biblia, para “vivir” la Biblia, tenemos que tener muy claro esto. Que el Autor de la Biblia, el origen de donde vienen estas palabras (a través de infinidad de autores humanos) es uno: Dios, nuestro Padre.
Que el destinatario es uno: la Comunidad de sus hijos, que llamamos Iglesia, germen del Reino que en su día recogerá a todos. Y yo soy también destinatario en cuanto que soy miembro de esta Comunidad.
Y que el plan es uno: la salvación que Dios, como Padre, gratuitamente nos ofrece, a los que estamos en la Iglesia, y a todos…, porque tú, mi Dios, mi Creador y Padre, eres el Padre de todos. ¡Tú eres mi Padre!
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