¿SIMPATIZAMOS
CON NICODEMO?
Hno. Jesús
Ma. Bezunartea
Quizá
algunos de los lectores no tengan claro el caso de Nicodemo. Lo explicaré
brevemente. Nos lo cuenta el evangelio
de san Juan en el capítulo 3. Nos dice que era un magistrado judío, que tenía curiosidad
por conocer personalmente a Jesús. Sin embargo, tenía miedo en ser descubierto;
así que hizo una cita con él al anochecer. No tenemos detalles sobre el lugar
de la cita, que al parecer no fue muy larga, ya que tanto él como Jesús fueron
pronto al grano del asunto y cada uno de ellos se dio cuenta de que no tenían
mucho que hablar, ya que cada uno tenía las ideas clara sobre el tema a tratar.
Nicodemo
como magistrado tenía buen conocimiento de las Escrituras y particularmente del tema jurídico de la
ley mosaica. Jesús conocía también el modo de pensar de esta gente religiosa y
sabía que había poco que discutir o dialogar con él, así que, para no perder
tiempo, se lo dijo de una vez: “Nicodemo,
si quieres entenderme y entender mi doctrina, tienes que nacer de nuevo.
Escúchame bien y trata de no poner objeciones. Para participar en el misterio
del Reino de los cielos que yo estoy proclamando, tienes que nacer del Espíritu
y del agua”. Pero Nicodemo se sobresaltó al oír que “tenía que nacer de nuevo”, y se atrevió a preguntar: “A ver, ¿cómo puede un hombre ya viejo nacer
de nuevo?”. Y Jesús le respondió más directo todavía: “Pues, ¿qué, tú eres maestro en Israel y no entiendes? Pues, fíjate, que
si no quieres entenderlo, no lo vas a entender, pues es algo así como el
fenómeno del viento, lo sientes, pero no sabes de dónde viene y a dónde va”.
Hubo un
silencio tenso entre ambos y Nicodemo, pensativo, se dio media vuelta y se
despidió cortésmente. Jesús se encogió de hombros y cortésmente también lo despidió:
“Hasta que quieras, Nicodemo, buenas
noches, Shalom”.
El
encuentro de Jesús con Nicodemo fue, aparentemente, un fracaso pues no hubo una
reacción de encuentro personal. Sin embargo, Nicodemo aparece al final de la
historia de Jesús para darle sepultura junto con José de Arimatea. Años después
saldrá en defensa de los apóstoles Pedro y Juan, cuando son arrestados y van a
ser encerrados a la prisión. Pero, lo importante de este encuentro es la
actitud inflexible de Jesús y la falta de apertura de Nicodemo para tratar de
entender la propuesta de Jesús. ¿Por qué? Es lo que quiero explicarles a
continuación para poner de relieve que lo que Jesucristo propone no es una
experiencia religiosa o una nueva religión sino una experiencia de vida. Por
supuesto que en las primeras décadas a nadie se le ocurrió pensar en el
cristianismo como una religión pues se la veía como una secta del judaísmo; de
ahí que Saulo de Tarso quisiera acabar con estos sectarios, que creían en Jesús
de Nazareth y lo consideraban el Mesías esperado e Hijo de Dios.
Jesucristo
nace en un pueblo, profundamente religioso, tan religioso que todos los niveles
de su vida: político, social y espiritual están condicionados por su fe en un
Dios, que los ha privilegiado sobre todos los pueblos de la tierra. No necesita
pensar en fundar una nueva religión pues la religión ya existe; lo que él
quiere es tratar de conectar esa religión, que regula prioritariamente las
relaciones con Dios, con la vida de las creaturas de Dios. No es que no
existiera esa relación en el judaísmo; pero se había perdido de vista la
importancia de la misma.
En el
Decálogo, base de la Alianza de Dios con su pueblo en el Sinaí al salir de la
esclavitud de Egipto, está clara la relación hacia Dios y la relación al
prójimo. Tres mandamientos regulan la primera y siete regulan la segunda. Sin
embargo, se había manipulado esta legislación divina para ponerla al servicio
de los intereses humanos, y se había hecho del culto el eje de su vida, tanto
respecto a los sacrificios que había que ofrecer a Dios como al descanso
sabático, y se había condicionado humanamente el modo de vivir los otros siete
mandamientos.
Por
ejemplo, como Jesús lo pone de relieve en algunas ocasiones, se habían
manipulado las obligaciones hacia los padres mayores, se había corrompido el
concepto del prójimo, se había conseguido el divorcio matrimonial en favor de
los hombres, etc., se había organizado la vida religiosa en favor del hombre,
haciendo de Dios un ser tan lejano y ajeno a la causa de la humanidad, que
había que aplacarlo y contentarlo con incesantes sacrificios, cuya ofrenda era
el quehacer exclusivo de los sacerdotes.
Las palabras
de Dios en el profeta Isaías: “Este
pueblo me honra con sus labios pero su corazón está lejos de mí”, resuenan
en el corazón de Cristo. De ahí que confronte la hipocresía de los sacerdotes y
fariseos; de ahí que en una arrebato de celo por la gloria de Dios, acuse a los
dirigentes del Templo de convertir la casa de Dios en una cueva de ladrones, de
ahí que le diga a la mujer samaritana junto al pozo de Jacob: “llega el tiempo en que los verdaderos
adoradores de Dios, lo adorarán en espíritu y verdad”, y que le diga a
Nicodemo: “tienes que nacer de nuevo”.
Hoy,
todo cristiano debe tomar en serio estas palabras de Jesús al magistrado judío
si quiere vivir el cristianismo como una experiencia de vida relevante a
nuestro tiempo, a nuestra humanidad, a nuestra juventud. El hecho de que –como
dije en el tema anterior- la juventud sienta alergia a las prácticas religiosas
y no quiera afiliarse a ninguna de las religiones es un signo de que están
abiertos, sin saberlo, al mensaje de Jesús; un mensaje de vida, el mensaje del
Reino de los cielos, que es la vida en la paz, en el amor, en la solidaridad,
en la justicia, en el gozo, en la equidad, en el respeto de todos los seres
humanos, hijos de Dios por ser creados a su imagen.
Para
desapegarse de la seguridad que nos dan nuestras prácticas religiosas en la
Iglesia católica, prácticas con las que muchos quieren “ganarse” el cielo y los
“premios” de Dios, para vivir en la gratuidad del amor a Dios y al prójimo,
para vivir la fraternidad en el respeto a todos los seres humanos, necesitamos
“nacer de nuevo”. Necesitamos un cambio
de mentalidad y de corazón, necesitamos abrirnos a la gracia, al amor de Dios y
dejarnos hacer por él, de manera que nuestra vida sea un testimonio de este
amor, que nos desborda y nos empuja a amar y a servir a los demás en la vida de
cada día con sencillez y con amor. Necesitamos entender que nuestro culto
religioso es una forma de celebrar la vida en alabanza y agradecimiento a la
admirable generosidad de Dios, que nos ha amado primero. Necesitamos entender
que el culto verdadero no es una serie de prácticas religiosas prescritas por
la autoridad eclesial sino fruto del agradecimiento y admiración que sentimos
por Dios, admirable en todas sus creaturas y en todas sus obras, sobre todo en la
historia de amor y de gracia, que ha llevado a cabo por medio de Jesucristo.
Nacer de
nuevo, finalmente, para nosotros cristianos, significa hoy liberarnos de todo
lo que sentimos obligaciones, prohibiciones y compromisos impuestos, para
entregar nuestra vida a una causa semejante a la de Jesús: la causa de una humanidad, donde
todos seamos portadores de la bondad que Dios ha puesto en toda sus creaturas,
de modo que nuestras “buenas obras”
sean signo de la presencia de Dios y motiven a los demás a glorificarlo, sea a
través de formas religiosas establecidas o de formas espontaneas de vida. La
Iglesia debe sanear sus estructuras e instituciones para que su vida fluya en
las comunidades cristianas, que se reúnen para alabar a Dios y fortalecer la
comunión fraterna. Nacer de nuevo es dejarnos mover por el Espíritu de Jesús
para vivir una vida semejante a la suya, que “pasó por el mundo haciendo el bien”.
¿Diremos
como Nicodemo: ¿cómo un hombre viejo puede nacer de nuevo? No; para quien nace
y vive en el Espíritu no existe la edad, es el hombre nuevo, que lleva en su
corazón la “vida eterna”. Pero, ¿renunciaremos a todo lo que hemos hecho,
progresado, luchado y sacrificado en el pasado? Si es necesario, sí, porque,
como nos dice Pablo de Tarso más tarde: “lo
que consideré ganancia lo tengo por pérdida a condición de tener a Cristo con
la fuerza de la resurrección”.