domingo, 12 de julio de 2015

ENTRE SER O NO SER


¿SIMPATIZAMOS CON NICODEMO?

Hno. Jesús Ma. Bezunartea

 

Quizá algunos de los lectores no tengan claro el caso de Nicodemo. Lo explicaré brevemente.  Nos lo cuenta el evangelio de san Juan en el capítulo 3. Nos dice que era un magistrado judío, que tenía curiosidad por conocer personalmente a Jesús. Sin embargo, tenía miedo en ser descubierto; así que hizo una cita con él al anochecer. No tenemos detalles sobre el lugar de la cita, que al parecer no fue muy larga, ya que tanto él como Jesús fueron pronto al grano del asunto y cada uno de ellos se dio cuenta de que no tenían mucho que hablar, ya que cada uno tenía las ideas clara sobre el tema a tratar.

 

Nicodemo como magistrado tenía buen conocimiento de las Escrituras   y particularmente del tema jurídico de la ley mosaica. Jesús conocía también el modo de pensar de esta gente religiosa y sabía que había poco que discutir o dialogar con él, así que, para no perder tiempo, se lo dijo de una vez: “Nicodemo, si quieres entenderme y entender mi doctrina, tienes que nacer de nuevo. Escúchame bien y trata de no poner objeciones. Para participar en el misterio del Reino de los cielos que yo estoy proclamando, tienes que nacer del Espíritu y del agua”. Pero Nicodemo se sobresaltó al oír que “tenía que nacer de nuevo”, y se atrevió a preguntar: “A ver, ¿cómo puede un hombre ya viejo nacer de nuevo?”. Y Jesús le respondió más directo todavía: “Pues, ¿qué, tú eres maestro en Israel y no entiendes? Pues, fíjate, que si no quieres entenderlo, no lo vas a entender, pues es algo así como el fenómeno del viento, lo sientes, pero no sabes de dónde viene y a dónde va”.

 

Hubo un silencio tenso entre ambos y Nicodemo, pensativo, se dio media vuelta y se despidió cortésmente. Jesús se encogió de hombros y cortésmente también lo despidió: “Hasta que quieras, Nicodemo, buenas noches, Shalom”.

 

El encuentro de Jesús con Nicodemo fue, aparentemente, un fracaso pues no hubo una reacción de encuentro personal. Sin embargo, Nicodemo aparece al final de la historia de Jesús para darle sepultura junto con José de Arimatea. Años después saldrá en defensa de los apóstoles Pedro y Juan, cuando son arrestados y van a ser encerrados a la prisión. Pero, lo importante de este encuentro es la actitud inflexible de Jesús y la falta de apertura de Nicodemo para tratar de entender la propuesta de Jesús. ¿Por qué? Es lo que quiero explicarles a continuación para poner de relieve que lo que Jesucristo propone no es una experiencia religiosa o una nueva religión sino una experiencia de vida. Por supuesto que en las primeras décadas a nadie se le ocurrió pensar en el cristianismo como una religión pues se la veía como una secta del judaísmo; de ahí que Saulo de Tarso quisiera acabar con estos sectarios, que creían en Jesús de Nazareth y lo consideraban el Mesías esperado e Hijo de Dios.

 

Jesucristo nace en un pueblo, profundamente religioso, tan religioso que todos los niveles de su vida: político, social y espiritual están condicionados por su fe en un Dios, que los ha privilegiado sobre todos los pueblos de la tierra. No necesita pensar en fundar una nueva religión pues la religión ya existe; lo que él quiere es tratar de conectar esa religión, que regula prioritariamente las relaciones con Dios, con la vida de las creaturas de Dios. No es que no existiera esa relación en el judaísmo; pero se había perdido de vista la importancia de la misma.

En el Decálogo, base de la Alianza de Dios con su pueblo en el Sinaí al salir de la esclavitud de Egipto, está clara la relación hacia Dios y la relación al prójimo. Tres mandamientos regulan la primera y siete regulan la segunda. Sin embargo, se había manipulado esta legislación divina para ponerla al servicio de los intereses humanos, y se había hecho del culto el eje de su vida, tanto respecto a los sacrificios que había que ofrecer a Dios como al descanso sabático, y se había condicionado humanamente el modo de vivir los otros siete mandamientos.

 

Por ejemplo, como Jesús lo pone de relieve en algunas ocasiones, se habían manipulado las obligaciones hacia los padres mayores, se había corrompido el concepto del prójimo, se había conseguido el divorcio matrimonial en favor de los hombres, etc., se había organizado la vida religiosa en favor del hombre, haciendo de Dios un ser tan lejano y ajeno a la causa de la humanidad, que había que aplacarlo y contentarlo con incesantes sacrificios, cuya ofrenda era el quehacer exclusivo de los sacerdotes.

 

Las palabras de Dios en el profeta Isaías: “Este pueblo me honra con sus labios pero su corazón está lejos de mí”, resuenan en el corazón de Cristo. De ahí que confronte la hipocresía de los sacerdotes y fariseos; de ahí que en una arrebato de celo por la gloria de Dios, acuse a los dirigentes del Templo de convertir la casa de Dios en una cueva de ladrones, de ahí que le diga a la mujer samaritana junto al pozo de Jacob: “llega el tiempo en que los verdaderos adoradores de Dios, lo adorarán en espíritu y verdad”, y que le diga a Nicodemo: “tienes que nacer de nuevo”.

 

Hoy, todo cristiano debe tomar en serio estas palabras de Jesús al magistrado judío si quiere vivir el cristianismo como una experiencia de vida relevante a nuestro tiempo, a nuestra humanidad, a nuestra juventud. El hecho de que –como dije en el tema anterior- la juventud sienta alergia a las prácticas religiosas y no quiera afiliarse a ninguna de las religiones es un signo de que están abiertos, sin saberlo, al mensaje de Jesús; un mensaje de vida, el mensaje del Reino de los cielos, que es la vida en la paz, en el amor, en la solidaridad, en la justicia, en el gozo, en la equidad, en el respeto de todos los seres humanos, hijos de Dios por ser creados a su imagen.

 

Para desapegarse de la seguridad que nos dan nuestras prácticas religiosas en la Iglesia católica, prácticas con las que muchos quieren “ganarse” el cielo y los “premios” de Dios, para vivir en la gratuidad del amor a Dios y al prójimo, para vivir la fraternidad en el respeto a todos los seres humanos, necesitamos “nacer de nuevo”. Necesitamos un cambio de mentalidad y de corazón, necesitamos abrirnos a la gracia, al amor de Dios y dejarnos hacer por él, de manera que nuestra vida sea un testimonio de este amor, que nos desborda y nos empuja a amar y a servir a los demás en la vida de cada día con sencillez y con amor. Necesitamos entender que nuestro culto religioso es una forma de celebrar la vida en alabanza y agradecimiento a la admirable generosidad de Dios, que nos ha amado primero. Necesitamos entender que el culto verdadero no es una serie de prácticas religiosas prescritas por la autoridad eclesial sino fruto del agradecimiento y admiración que sentimos por Dios, admirable en todas sus creaturas y en todas sus obras, sobre todo en la historia de amor y de gracia, que ha llevado a cabo por medio de Jesucristo.

 

Nacer de nuevo, finalmente, para nosotros cristianos, significa hoy liberarnos de todo lo que sentimos obligaciones, prohibiciones y compromisos impuestos, para entregar nuestra vida a una causa semejante a la  de Jesús: la causa de una humanidad, donde todos seamos portadores de la bondad que Dios ha puesto en toda sus creaturas, de modo que nuestras “buenas obras” sean signo de la presencia de Dios y motiven a los demás a glorificarlo, sea a través de formas religiosas establecidas o de formas espontaneas de vida. La Iglesia debe sanear sus estructuras e instituciones para que su vida fluya en las comunidades cristianas, que se reúnen para alabar a Dios y fortalecer la comunión fraterna. Nacer de nuevo es dejarnos mover por el Espíritu de Jesús para vivir una vida semejante a la suya, que “pasó por el mundo haciendo el bien”.

 

¿Diremos como Nicodemo: ¿cómo un hombre viejo puede nacer de nuevo? No; para quien nace y vive en el Espíritu no existe la edad, es el hombre nuevo, que lleva en su corazón la “vida eterna”. Pero, ¿renunciaremos a todo lo que hemos hecho, progresado, luchado y sacrificado en el pasado? Si es necesario, sí, porque, como nos dice Pablo de Tarso más tarde: “lo que consideré ganancia lo tengo por pérdida a condición de tener a Cristo con la fuerza de la resurrección”.

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