domingo, 11 de noviembre de 2012

Violencia de un pacífico




Mateo 21, 12-17: Violencia de un pacífico
Jesús entró en el templo y echó fuera a los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas. Les dijo: -Está escrito que mi casa será casa de oración, mientras que vosotros la habéis convertido en cueva de asaltantes. En el templo se le acercaron ciegos y cojos y él los sanó. Cuando los sumos sacerdotes y letrados vieron los milagros que hacía y a la gente gritando en el templo: ¡Hosana al Hijo de David!, se indignaron y le dijeron: -¿Oyes lo que están diciendo? Jesús les contestó: -Sí, ¿acaso nunca habéis oído aquel pasaje: sacaré una alabanza de la boca de críos y niños de pecho? Dejándolos, salió de la ciudad y se dirigió a Betania, donde pasó la noche. (mateo 21, 12-17)
Al final de la existencia terrena de Jesús, Mateo menciona dos sucesos ocurridos en el Templo de Jerusalén, el corazón de la religión de Israel. En ellos, Jesús critica implícitamente una cierta manera de situarse ante Dios y muestra una alternativa.

Algunos quedan atónitos ante la violencia de un Jesús que echa afuera a los comerciantes, tan dramáticamente distinta a aquella imagen suya como “dócil y humilde de corazón”. Otros encuentran una justificación en la idea de un “Jesús revolucionario”. Ninguna de las dos posiciones comprende el alcance de lo sucedido.

El verbo “echar fuera” se usa normalmente en los Evangelios para describir el exorcismo de los espíritus impuros. En la línea de los profetas, Jesús realiza un gesto simbólico y provocativo. No hay violencia contra las personas ni un intento literal de destruir el santuario, sus acciones expresan el rechazo de un sistema de culto demasiado ligado a los intereses humanos que distrae a la gente de lo verdaderamente esencial.

Lo verdaderamente esencial se expresa en la segunda parte del texto. Normalmente los enfermos y deformes tenían prohibida la entrada al Templo (2 Samuel 5, 8). Jesús los acoge y los sana. Así, muestra el rostro de un Dios que, lejos de separar a los “impuros” de los “puros”, acepta a todos, empezando por los excluidos. De este modo el Templo recupera su verdadera vocación, la de ser “casa de oración para todos” (Marcos 11,17). Y otros marginados expresan la importancia de lo que está ocurriendo: los niños pequeños, que supuestamente no conocen la Escritura, pero que perciben la verdad de Jesús por una especie de intuición.

Jesús se convierte así, por sus actos, en el lugar de una nueva presencia de Dios en el corazón del mundo. La versión de San Juan de la historia (2, 13-22) enfatiza esta dimensión, anticipando la destrucción del Templo por los romanos y la resurrección de Jesús, polo de atracción de una comunión universal.

 -¿Dónde he visto el amor expresarse con palabras y actos claros y poderosos?
 -¿Cómo podemos hacer más sencilla la vida de nuestras comunidades para poner de relieve lo esencial? ¿Cómo hacer lugar para las personas excluidas, para la escucha de los niños?

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